jueves, julio 12, 2007

UN AÑO


Corría el mes de julio de 2006. Junto a varios de mis mejores amigos, disfrutábamos de la buena vida en Maitencillo. Hace un buen tiempo arrastraba una molestia en mi glúteo que me hacía cojear cada vez con más frecuencia.

Recuerdo el día en que la enfermedad se dejó sentir como una tormenta, con avisos pero sin explicación… habíamos preparado el que sin duda debe ser uno de los mejores discos (especie de wok gigante con carbón o leña) de mariscos. A esas alturas, más que tener dificultades para moverme era el miedo que me provocaba cada estudiado cambio de posición y cómo el dolor era cada vez más intenso, el que me aterraba.

Lo que vino después desde el punto de vista médico ya lo conocen o lo pueden leer en antiguas entradas. Pero sin duda que algo cambió ese día. No tiene que ver con la enfermedad y cómo se va apoderando de tu vida, permitiendo, prohibiendo, desafiando… más bien se trata de cómo uno se las va arreglando para no dejar que la naturaleza “inflamatoria y anquilosante” de tu enemigo, se apodere de tu voluntad.

Y en eso trabajamos a diario yo y miles de los que padecemos esta enfermedad.